LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Monday, December 22, 2008

ESPECIAL MANOEL DE OLIVEIRA. PRIMERA PARTE.




Uno no es nadie sin el público, todo autor es nadie sin el público: un filme no está acabado antes de que el primer espectador lo vea.

La literatura es la gran manifestación artística, de una amplitud casi infinita.

Cada cual en su vida tiene su papel. Este mundo es un teatro y nosotros somos los intérpretes. Recitamos un manuscrito de una pieza que comenzamos a conocer a medida que la vivimos. No conocemos el futuro, ¡porque el autor aún no lo revela!

Cuanta más violencia y más sexo hay en una película, mejor se vende. Y es que el cine comercial y de entretenimiento está provocando la muerte del cine como arte.


Lo que predomina es el tipo de montaje estadounidense, muy rápido. Creen que el lado activo del cine reside en ese aspecto.

Citando al poeta luso José Regio, diré que "la única originalidad de los artistas es su personalidad".
El cine que tiene "valor" es el que se realiza desde un punto de vista artístico, no desde una perspectiva comercial. Un creador debe seguir "siempre" su instinto aunque no tenga éxito de ventas.
El cine comenzó con los hermanos Lumière, continuó con Méliès y Max Linder, y los grandes maestros que les sucedieron lo elevaron a categoría de Arte, ganando así la denominación de “Séptimo Arte”, y con esta clasificación se esparció e infiltró por todo el mundo y, de un modo muy particular, en ciertos países orientales. Las expresiones, en cuanto poéticas o de un cierto modo misteriosas, son reveladoras de sentimientos refinados que surgen por intuiciones, sobreponiéndose a la razón. Son estas expresiones, más valiosas, patentes en el cine, las que hacen que éste sea de difícil, sino de imposible, definición o explicación.
El cine atraviesa hoy una crisis muy grave, en la medida en que lo han transferido de su justo lugar como arte para situarlo al servicio de un proceso económico –industrial, reproductor de lucros, donde los valores se miden por los resultados de la taquilla y no por la calidad artística de los filmes. Las artes, en su sentido más noble y puro, son y serán, en sus diversas formas, el medio más elevado para la educación de los pueblos, para su apurada formación mental. Así lo pensaron los griegos, en su mejor período, como lo muestra la historia. En esa época, las democracias pagaban a los dramaturgos para que escribieran las tragedias, a los actores para que las representasen e incluso al público para que fuese a verlas.
Hoy se procura atraer al público al cine de formas cada vez más grotescas, modos y maneras que se van estereotipando en fórmulas cada vez más mediocres, más financieramente rentables, además de perversas. Con el advenimiento del sonido y del color, el cine se convirtió en una expresión artística, por ventura la que más se podía aproximar a la vida real. Síntesis de todas las artes, tal vez por la atracción que sus peculiaridades ejercen, el cine, no sin sufrimiento, se ha desvirtuado de una forma reprobable.
Europa busca frecuentemente imitar este modelo, una especie de fast-food inventada por Estados Unidos. Digo fast-food porque esos filmes sólo se pueden ver en un momento determinado, en el que el espectador se entrega como drogado por las imágenes predigeridas, que no le obligan a pensar, sólo a dejarse envolver pasivamente por una especie de pesadilla, para luego volver a su vida. Sé que hay mil razones que justifican las películas de presupuestos millonarios, que son vistas por otros tantos millones... por lo que no quiero ofender ni herir a nadie. Estamos en democracia y nuestras voluntades son libres. ¿Será realmente así?






Francisca (1981)

De una modernidad que anticipa a Hou Hsiao-hsien, Tsai Ming-liang o Jia Zhang-ke, por el tratamiento del tiempo, largos planos secuencia, a menudo quietos, por sus tableaux vivants, por el delicado trabajo con la luz, una cámara distante, pero, en cambio, con el exacerbado ‘tradicionalismo’ del culto al texto literario y a una teatralidad que enfatiza que estamos ante una representación, en Francisca se plantea que una historia de amor –o, más bien, de desamor– puede ser la mejor y más aguda reflexión sobre el espíritu de una época: su desesperación, su vacío, su angustia… El ‘amor loco’, pero solo de una de las partes; el alma romántica hecha de farsa y miseria tras de la fachada, la retórica y el gesto, de la otra; el jugar con la propia vida y con la ajena porque no se cree en nada -más allá de las palabras que uno diga-: un ser humano horrendo desplegando sus contradicciones más espantosas y fatales, pero, en medio de todo, hay una figura heroica (me refiero al personaje femenino, por supuesto).
Su entrega por amor (o quién sabe por qué), su sacrificio, tiene el sabor de una apuesta valerosa y suicida. Tragedia, sí, que no es neutralizada por la puesta en escena; el tedio es un elemento activo aunque parezca que no; la cámara distante, los planos secuencia, los tableaux vivants… permiten ver con precisión cómo el tejido de situaciones constriñe a sus víctimas hasta que ya no existe salida. Escenas que se repiten, personajes no se miran, frontales hacia la cámara, hombres a caballo entrando en casas, lecturas de cartas en voz alta como parte de la acción, intertítulos explicativos como introducción a capítulos de una novela, aunque sean solo escenas o viñetas; personajes que, por más que sobreverbalicen, siguen siendo auténticos enigmas...
Y algo tenebroso, sobre todo, que va más allá del claroscuro o de la música atonal que es una rasgadura inquietante… El chillido de dolor animal y helado que los personajes jamás profieren. Queda la impresión liberadora de que no hay nada más destructivo e hipócrita que el romanticismo. Miseria, egoísmo, destructividad: eso, tras bellas palabras y dulcísimas promesas.



Los Caníbales (1988)

El Manoel de Oliveira más delirante y estrambótico debe estar aquí. Imagínate que estás viendo Los Paraguas de Cherburgo, solo que en ópera. Algo que es aún más extraño y, potencialmente, más agotador (y también fascinante, si lo soportas). Imagina que el bel canto dialogado (o el diálogo cantado) fluye con sus florituras como una oscura orgía ininterrumpida, y que hay apenas unas pocas palabras, solo dichas, a lo largo de hora y media. Hay un violinista que acompaña al narrador que narrando también canta, y todos cantan… El canto puede devorar físicamente al espectador.
No hay que poseer una gran imaginación para darse cuenta de que todo esto podría acabar con la paciencia de cualquiera -lo sé-, pero la gratificación combinada que me proporcionan voces tan rotundamente hermosas y el amor por las experiencias más extrañas me mantuvieron mirando y escuchando. Y todo es tan serio y terriblemente dramático… Ahora imagina un personaje que podría ser el primo del protagonista de Lara, de Lord Byron. Imagina que este personaje posee un terrible secreto que lo hace insoportablemente seductor. El personaje sombrío y helado se enamora de la bella del teatro… La insinuación de algo muy trágico planea como un cliché. Sin embargo la tensión de hecho sí se crea y el momento de debelación del secreto, en la noche de bodas, me produce inesperadamente asco y hasta un vago terror.
Es una visión del cine fantástico de serie B alunizando en lo que parece una película romántico-histórica (imposible explicarme mejor). Imagínate ahora escenas que evocan a Buñuel, y no por lo tiernas. Mezcla esto con la escena más sabrosa de La Noche de los Muertos Vivientes. Añade disfraces que parodian a La Bella y la Bestia, made in Jean Cocteau. Y coloca al final una ronda feliz postrágica de cuento para niños y, como último ingrediente, personajes suicidados, resucitados. Si eres capaz de imaginarte todo esto que te he dicho, no puedes imaginarte lo que es verlo. No sé si Los Caníbales es una gran película, pero creo que yo soy un gran espectador.




No, O La Vana Gloria de Mandar (1990)

No puedo resistir comparar mentalmente las películas históricas y/o bélicas hechas en Hollywood con ésta. Y el resultado es aún más malévolamente delicioso de lo que me imaginé desde un principio... De Oliveira compone un puzzle de hechos históricos que va desde los lusitanos defendiéndose de los romanos hasta el pasado más reciente, o sea, el presente de la película que involucra a un grupo de soldados en las colonias portuguesas en el África. Estoy ante una película extraña, con personajes entre ingenuos y meditativos, y también con bellos paisajes, todo lo cual me hace pensar en La Delgada Línea Roja, de Terrence Malick.
Veo sus caras dirigiéndose hacia mí, por lo que me veo implicado en una conversación cada vez más apasionante sobre la historia de Portugal. Las escenas históricas son brillantes, algunos momentos me recuerdan a Lancelot du Lac de Robert Bresson (y en general, es algo así como los paneles de Saura en sus últimas películas; cuadros históricos de batallas o casamientos u otros hechos que marcaron la historia de ese pueblo). De Oliveira logra, con su propuesta tan consciente de la historia, una sensación fascinante y casi inexplicable de atemporalidad. La Historia: algo secreto y misterioso y trascendente pero que posee una lógica que le es propia y que se nos escapa. Ese es uno de los mensajes más explícitos de la película. Tal vez sea así, pero lo irrefutable es lo absurdo de ‘la gloria de mandar’ que hace de demasiado de la historia no más que un vulgar baño de sangre.
Y hay una escena, que es una cita a una de las más grandes películas en contra de la guerra que se hayan hecho jamás: Sin Novedad en el Frente, de Lewis Milestone. Es la escena en que el alférez, conocedor de la historia, es herido, al tomar plena conciencia del horror del que forma parte… esa distracción que en el contexto de una guerra puede verse como absurda, aquí da cuenta de los hombres que dudan de una gloria construida sobre la sangre del prójimo, y en nombre de esa máscara del poder, llamada patria.



La Divina Comedia (1991)

La deliberada, y relativa ingenuidad a la que juega esta película, lubrica en grande su pretendido mensaje –que dicho sea de paso, es menos sencillo de lo que parece–. En un sanatorio, en medio del campo, vemos a gente que se cree o que ‘es’ Adán y Eva, Raskólnikov y Sonia, Jesucristo, Lázaro, Aliocha e Iván Karamazov, más un profeta, y un filósofo con más que algo de Nietzsche… Todos se comportan como se esperaría de los originales, con creativos agregados, como por ejemplo el que Eva, luego de verse tan linda, desnuda mordiendo y regalando manzanas bajo el celebérrimo árbol y corriendo bajo la lluvia, decida convertirse en Santa, ocasionando la terrible frustración de un Adán que busca consejo en el cuasi Nietzsche, quien intentará seducirla al ir de mensajero, y ella, entonces, se arrojará por la ventana… sin sufrir daño alguno… Juro que hablo en serio.
La película bien podía -y me parecía que se merecía- caer en el ridículo demostrando su total inoperancia, así que me acomodé para contemplar el espectáculo. Poco a poco advertí que se trataba de una película de tesis que funcionaba a otro nivel; su objeto: burlarse de sus temas o, si se quiere, de la insolubilidad de sus temas… Los discursos se me diluyen pese a esto, al advertir cierta complacencia en la representación de estos mitos o ‘pequeñas-grandes-escenas-de-la-humanidad’ ¿Cuál era el propósito? ¿Cuál es la contribución al esclarecimiento de cuestiones como Dios, Cristo, El Pecado, La Virtud, La Libertad para Gozar, etc.?
Película divertida, vista en el estado de ánimo correcto, porosa ideológicamente, y eficaz, a lo más, para recordarnos cómo nuestra herencia cristiana nos sigue destruyendo aunque aparentemente ya no creamos mucho en viejos preceptos y dogmas. En un nivel más inteligente, La Divina Comedia sugiere la idea de que todos estamos locos, pues interpretamos papeles que no se corresponden con lo que somos. Claro, pero qué somos. Trágicómicos; cómicamente trágicos. ¿No será que no sabemos qué o quiénes somos y que por eso nos ocultamos, desesperadamente, asumiendo papeles? La incomodidad de esa pregunta es lo mejor de la película.


El Valle de Abraham (1993)

Momentos de majestuosidad, radiantes. Cifra de un sueño paladeado en tiempo real. Mi entusiasmo imaginó la posibilidad imposible de un Visconti portugués... El Valle de Abraham exhibe un texto exquisito, que me regaló la exultante experiencia de escuchar, y ver, una novela. Ambas cosas, una después de otra; y también a la vez. El cine es puro en la mezcla… Voz en off hipnótica de principio a fin; permanente, desenvuelta, cálidamente solemne, densa sabiduría de escultura literaria, -y no me molesta para nada que su suave autoridad parezca comprenderlo todo, todo el tiempo-.
De vez en cuando los propios personajes hacen lo mismo, o algo semejante, aunque de hecho parezcan (o sean) la misma voz, pero poseyendo y mostrando una cara y un cuerpo… La grandeza de los paisajes es contrapuesta a la detallada, aplastante pequeñez burguesa de la vida de sus personajes. Emma, que es y no es Bovary, sufre menos por coja que por bella y ‘masivamente’ deseada. Su vida; condena al vacío, a la rebelión ciega y la desorientación crónica. Ningún hombre parece capaz de amarla, de estar a su altura. Considero las mejores escenas, las más bellas, las del despertar de los sentidos de la niña-mujer (como en una película de Joao Cesar Monteiro): su exótico atractivo, su franqueza feroz y su lucidez en flor; pero luego la ecuación argumental la simplifica a trofeo...
Otros momentos reveladores: en la villa que visita a manera de refugio, reina una foto con la imagen de lo que ella (no) pudo ser: una mujer que se impuso al entorno y fue libre de veras, para vivir... ¿El Valle de Abraham queda entonces como un drama sobre la frustración amorosa y sexual? La película se mimetiza con la protagonista, perdiendo vigor en la última de sus tres horas, como si al querer acercarse más a ella, todo perdiera claridad y cohesión. Me pregunto: ¿esta Emma, como la otra, vivió realmente? ¿Nadie la amó de verdad? ¿Nadie fue capaz de comprenderla? ¿Su insuficiente desarrollo intelectual fue la clave de su desdicha? En todo caso, la película se erige como un grandioso espejo de la vida como espejismo.


El Convento (1995)

Hay algo misterioso desde el principio, cuando se abre la verja. No es la Zona de Stalker pero algo pasa, algo emana de este lugar. Los personajes son, por su parte, como meras extensiones de ese entorno; padecen o gozan de cierta cualidad o pátina de irrealidad, o son más reales, tal vez porque son mitos habitantes de cuerpos, es decir, versiones nuevas de viejas potencias caníbales que atraviesan sin más las eras.
El Convento es una película poblada de silencios y sugerencias, y sembrada de una tranquilidad equívoca y rica en vacíos que jamás se llenarán. Catherine Deneuve luce, en el papel de la esposa del historiador que piensa que Shakespeare puede ser judeoespañol, una maldad todavía más inquietante por instintivamente helada, egoísta y frívola, que la del propio (pobre) diablo fáustico, al que uno supone con candor más poderoso que ella, pero no lo es, porque él es solo hombre, y no mujer, como ella… Es un diablo de opereta, interpretado con maestría torcida y exageración, digamos que matemática en su brutalidad, por Luis Miguel Cintra. Malkovich historiador, parece tan elusivamente apacible, sutil y eficaz como siempre. El reverso exacto del personaje de Deneuve: una Leonor Silveira que encarna al personaje más angelical, que es, al mismo tiempo, el más humano y conmovedor. El director (no sé por qué) suaviza lo oscuro y salvaje de la historia en vez de acrecentarlo, confinándolo al ámbito domesticado y ya folklórico de la leyenda en un titubeante y demasiado explicativo epílogo.
Por fortuna, mi inquietud se salta ese molesto obstáculo y me sigue acompañando luego de que termino de ver esta aparentemente calmada y extraña, muy extraña película. La tensión no se disuelve, el desasosiego no se apacigua, el clima de pesadilla queda flotando, casi dulce. Los mitos son verdades como cajas de Pandora que encuentran su lugar huyendo donde pueden e igual se abrirán, quieras o no. En el subconsciente, para el que el tiempo diurno no cuenta, y todo es presente.

Viaje al Principio del Mundo (1997)

Vivimos en medio, en el viaje entre el principio y el fin. El único mundo que nos pertenece es el recuerdo. ¿Lo olvidamos? El recuerdo. Aquello que queda de algo que ya no te pertenece, que va, poco a poco, dejando de ser tuyo… Hay dos films, en uno. O un film, que son dos. O un film de dos caras, que no se miran, y que miran un paisaje pero desde distinta luz. En el primero, los lugares ya no son y no volverán a ser los mismos. El recuerdo: desasido, precario, flotante, quebradizo; huérfano. Todo está destruido, muerto, transfigurado.
El personaje del viejo director que ha regresado a su tierra natal después de demasiado tiempo, para filmar una película, encarna esta idea desolada con una elegante resignación. Va a los lugares, los mira y se pone a recordar. El cotejo refuerza la ausencia más que la recuperación. Es un personaje cargado de reticente melancolía. Un Marcelo Mastroianni descompuesto como si llevara una máscara, excepto cuando sonríe o hace muecas juguetonas… Los travellings hacia atrás generados por el auto en marcha son una especie de lúcida, callada despedida; parece que todo es pérdida, pero la imagen es maravillosa, meditativa, y de un modo que no consigo explicarme, plena.
Pero el viejo director no está solo. Está acompañado por tres amigos, tres actores, que son parte de la película que los espera. Conciencias parlantes, estatuarias, contempladas en bellos planos de conjunto… En el segundo (la película pasa de uno a otro de modo casi imperceptible), uno de los actores, hijo de francesa y portugués, busca sus raíces como recuerdos de cosas que no vivió. Llega a casa de su tía y se estrella contra un muro de desconfianza, de años de separación, un muro de lenguaje, pues él no habla portugués, pero el muro se ablanda al final y el contacto es posible y parece un milagro. Corazón emocional de la película. Y la tía ‘es’ la pobreza y la lucha por la libertad y dignidad de un pueblo, una sobreviviente de duras pruebas, como la estatua de Pedro Macau, semidestruida. No; en realidad no estábamos solos.

Mario Castro Cobos

La Cinefilia No Es Patriota

1 Comments:

  • At 9:40 AM, Blogger Piel said…

    Este blog, mi nuevo espacio de interés-internet. Y me dan ganas de ir a Lima, viviendo en Santiago.
    Eso, solo quería comentar lo interesante de éste espacio. Saludos.
    Sebastián Piel.

     

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