LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Wednesday, August 08, 2007

LAS QUE DEBEN GANAR EL FESTIVAL





HAMACA PARAGUAYA (2006)*
Dirección: Paz Encina
País: Paraguay
Formato: 35 mm
Sección en el Festival de Lima: ÓPERA PRIMA
EL CONCEPTO
¿Qué puede significar para uno el quedarse quieto? Detenerse, pisar el freno, hacer una pausa para reflexionar, para mirarse, para hacer esas evaluaciones de retiro espiritual que a anestésicos puertos usualmente llevan.

¿De eso trata esta película? No. Es distinto elegir detenerse que aparecer (permanecer) quieto. En Hamaca paraguaya, permanecer es una constante, un vivir-así. No hay voluntad explícita de detenerse para mirarse. Lo que hay es quietud a priori, inmovilidad de dos vidas seniles hace rato estancadas.

¿Por qué motivos se puede estancar una vida, un personaje, una historia?

Uno de las principales razones es verse afectado por una pérdida terrible. Ocurre que uno se estanca, no porque no hayan opciones de escape, sino porque no hay voluntad de hacerlo. A los ancianos de esta película, el hijo se les fue a la guerra y no ha vuelto. Ellos, incómodamente sentados sobre la hamaca, y más por necesidad que por placer, se empeñan en recordarlo, viviendo entonces -el presente- en el pasado. Casi sin moverse. Prácticamente sin hablar.

“¿Y qué? ¿De qué trata? ¿De verlos sentados sin hacer nada excepto lamentarse? ¿Es todo?”, se oye en el corredor. No, no es solo eso. Hay una lucha que se percibe tímida, delicadamente, como la brisa que nunca llega a la selva paraguaya, pero de un terrible atractivo:

Permanecer quietos no solamente impide el desarrollo, la superación y todos esos estados ennoblecidos por la era moderna. Estar paralizado es, a ojos de todos, señal de inquietud. Hacer nada es ridículo en estos tiempos –en todo nivel-. Y, sin embargo el no-avanzar hacia algún punto es también el no-avanzar hacia el final de todo, es decir, estar quieto significa la ilusión de que la muerte no lo alcance a uno.


Los viejos saben de seguro que la muerte les llegará. Pero, aunque parezca que esperan con resignación, hay una notoria señal de su vitalidad: Madre y padre discuten sobre el regreso del hijo, se oponen, dicen que sí regresa, dicen que no. Estar vivo –enmarcados en la inmovilidad existencial-, estar vivo es asumir una posición y defenderla. En cambio, no tener ninguna, resignarse, esa es la muerte. Son discusiones, aunque envueltas en amargura latente, pero con esperanza al fin. Sobre la hamaca, dejar de discutir es avanzar hacia la verdad incómoda. Para vivir, los ancianos prefieren quedarse quietos (esto basta por ahora, aunque la lectura se estirará en los siguientes párrafos).

El pasado está presente. Quietud es vitalidad. Como usualmente se dice del amor, en este filme las antítesis se unen. Con una entereza conceptual bien depurada, Paz Encina, la responsable de esta película, lleva ahora estas ideas al plano formal.

LO FORMAL

El concepto de una película puede estar claro, pero sucede muchas veces que, al momento de llevar las ideas al celuloide, la fuerza inicial se pierde e las etapas de realización. Este no es el caso, ni de lejos.

¿Cómo registrar a unos personajes que se quedan en el pasado? Desde luego, lo más lógico es hacer que estos personajes tengan flashbacks o hablen siempre del personaje ahora ausente. Paz Encina asume estos recursos, de los más sencillos del cine, y les da su toque renovador, puliendo una piedra de toque en el aspecto sonoro:

Ves a los ancianos sentados, ya ni abren la boca, pero hablan, escuchamos sus voces. El hijo no está, pero ellos escuchan –y escuchamos- la voz del joven ausente, presente en ellos, casi masoquistamente. Los ancianos ya no se miran, pero saben qué le sucede al otro. Como vecinos lejanos de Pedro Páramo, existen y no. Hablan con otras personas, a las que no vemos. Y hablan, de nuevo, sin mover los labios. ¿Conversaciones imaginadas o ancladas en la memoria? ¿O ambas?


El diálogo sonoro, no visual, está presente en todas las escenas. Con esto se consigue, no solamente que el pasado se muestre en tiempo presente, sino también queda marcada la doble lectura de toda la obra: ¿en qué tiempo viven esos ancianos? ¿Son recuerdos? ¿Son sus diálogos recuerdos? ¿No serán sus diálogos con el cartero y el veterinario recuerdos también? ¿No estarán viviendo, ya, la resignación de la muerte mientras recuerdan el reciente pasado donde todavía, al menos, discutían?

¿O es que se trata de una región tan olvidada que ni siquiera hace falta abrir la boca –basta con los ojos monótonos- para comunicarse con el otro? La variante de lecturas aumenta la riqueza de esta obra. Mi interpretación va por afirmar que el tiempo de las palabras, de la voz, de lo hablado, es el pasado. Hace tiempo que esperaban. Hace tiempo que los anuncios de la guerra y de la muerte les fueron anunciados. Hoy solamente son los últimos resquicios de memoria que los mantienen “vivos” (bien podría decir “inertes”). Ahora, toca el silencio.

Los sugerentes elementos sonoros no terminan ahí. Antes, en el pasado, los ancianos hablaban y sus diálogos resultaban inacabados, para no acabar con uno mismo. De pronto uno de ellos deja las preguntas sin contestar para que el rastro permanezca. O de pronto oímos una bandada pero no vemos ningún ave. El estar presente, a dos niveles (pasado y presente), formalmente se presente también a dos niveles (audio, visual). ¿Dónde están los momentos débiles de esta apuesta? Cuando el diálogo, justificado por la vejez de sus personajes, se vuelve explícito (uno de los ancianos dice “ya, estoy triste”, lo cual es evidente a todas luces). Con todo, es una película desde su concepción, decididamente sonora. Cualquier aspirante a buen sonidista debería analizarla.

¿Y la cámara? Está inmóvil y alejada de los personajes. ¿Por qué la cámara fija? ¿Por qué los planos de “larga” duración? Porque la expresión va en búsqueda, consecuentemente, de la quietud, la inmovilidad. Todo parece estancado, las conversaciones no alcanzan ningún punto, los pájaros y la lluvia nunca aparecen. No hay que decirlo, sino verlo. Esperar y concluir. Es el cine que te permite llegar a una reflexión en tu mente y regresar a la pantalla. Que encuentra su riqueza en la contemplación, no en la información.

¿Por qué la cámara alejada? Creo que, principalmente, existen tres motivos. Primero, asumir un distanciamiento formal sobre el asunto en cuestión: analizar sin sentimentalismos un escenario que se presta a la emotividad (nostalgia, tristeza, pérdida, ancianos). Puede resultar un recurso antipático el contemplar cómo resultan afectados dos personas, de manera científica, para que luego el espectador haga su propia evaluación. Segundo, la cámara alejada crea la posibilidad de sostener el juego sonoro de hacernos pensar que los ancianos hablan, cuando no es así. Es decir, permite no ver sus bocas. Además, la cámara distante es también una acertada muestra de respeto a la memoria de una generación.

Y, sin embargo, la cámara también se acerca ¿Por qué se acerca? Por el habitual recurso de dar énfasis a lo que está sucediendo: Oímos determinada conversación con el hijo, con el veterinario, con el cartero y aparecen los cortes del montaje: del plano general pasamos al medio y después al primer plano. Esto, así, es el aspecto más convencional de la película, donde ésta, si bien no decae, abandona su propuesta formal, al menos con sus primeros planos.





Por último, aunque casi nadie haga referencia a ellos, sin duda hay que mencionar a los actores de la película, Georgina Genes y Ramón del Río. A pesar que el peso de la película recae, para mí, en un nivel conceptual, estos actores no son simples muñecos funcionales que pelan naranjas, se paran y se sientan, que cuentan hasta diez y se mueven. Hay en ellos un evidente trabajo actoral, dominio del espacio, del tiempo y una tremenda expresividad cuando la cámara está cerca. Y si sus personajes son fuertes por su amarga expresividad, las locuciones guaraníes, esas voces que llenan la sala sin descanso, son estas dicciones sin las cuales toda la película (y su concepto y su cámara fija y su lluvia que demora) no sería lo que es.

Da gusto que en un país como Paraguay, sin tradición cinematográfica, sin industria ni laboratorios, sin festival ni escuelas, apelando a su propia historia, a lo que acá muchos –exigiendo vergüenza- llaman “regionalismo” o “costumbrismo”- aparezca una obra como Hamaca Paraguaya conceptualmente tan bien construida y, por lo mismo, tan abierta a cualquier espectador de cualquier parte del mundo. Deberíamos avergonzarnos un poco todos.

No me gusta por ser una obra con un concepto detrás. Lo agradezco, sin duda, pero, por ejemplo, La soledad, de Jaime Rosales, es una película conceptual, pero se vuelve tan manipuladora y falsa que hace sospechar de su vaciedad. Me gusta porque hay coherencia en llevar ese concepto a la pantalla, porque se atreve a explorar un tratamiento distinto a temas conocidos, porque exhala seguridad de una directora debutante -Paz Encina-, porque implícitamente hace referencias al cine mismo y porque estimula el pensamiento, al menos el mío, aburrido de ver tantas películas que desaparecerán de la memoria en poco tiempo. De este Festival, una de las pocas películas que permanecerá como un buen referente, será Hamaca Paraguaya.

Fernando Vílchez Rodríguez

* Esta es una opinión no de la página sino del redactor.

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2 Comments:

  • At 1:23 AM, Anonymous Anonymous said…

    ahora que abundan los blogs, amigos dejenme decirles que su blog es uno de los mejor logrados. sigan con su seccion las que deberian ganar. coincido en que hamaca.. deberia ser una de las favoritas.
    por otro lado, sobre la discusion sobre el afiche, una recomendacion, no apliquen literalmente la frase "el que calla otorga", como bloggers a veces es mejor ser pacientes ante de responder. es dificil, pero asi evitan insultos alucinantes hacia uds.

     
  • At 6:05 PM, Anonymous Anonymous said…

    Hamaca Paraguaya es sin duda una película atrevida visualmente, de lo que me viene a la mente, la vi el año pasado, ¿por qué?, los planos son contados, poquísimos, largos, estáticos, no hay primeros planos o casi no los hay, sólo sonido de la naturaleza, voces en off, una descripción bella del tiempo de espera para una pareja de viejos que hablan y hablan matando el tiempo, llenando el vacío del hijo ausente por la guerra, la esperanza disfrazada de rutina, al fin y al cabo, el desgaste de lo que significa esperar, las discusiones rutinarias por una perra que se convierte en metáfora del hijo ausente otra vez, el día o el tiempo que se agota, se va o se morirá, la hamaca silenciosa, lenta... ¿cómo, sin casi ver a los personajes, cuando están en un plano tan general al comienzo de la película, me parecía que ya adivinaba sus rostros? El cielo nublado, el calor, esperar la lluvia, esperar al hijo...
    Metáforas sutiles, precisas, una ópera prima de una directora que se muestra segura de sí...
    Una obra sencillamente... profunda
    Doris

     

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